Embarazo adolescente en el Perú: Detrás de las cifras, una realidad que duele.
El embarazo adolescente en el Perú no es un fenómeno nuevo ni aislado. Es un problema estructural que refleja con crudeza las desigualdades sociales, culturales y geográficas que todavía marcan nuestro país.
Para tener una idea clara: en 2015, el 14,6 % de las adolescentes peruanas entre 15 y 19 años había estado alguna vez embarazada. De ellas, el 11,7 % ya eran madres y el 2,9 % estaban esperando a su primer hijo. Lo más preocupante es que, según los datos, esta cifra apenas ha cambiado en los últimos diez años, lo que nos muestra algo muy claro: las políticas públicas actuales no están siendo suficientes.
Las regiones más afectadas como Amazonas, Loreto y Ucayali que comparten una realidad común: poco acceso a educación sexual, servicios de salud limitados y una débil protección frente a la violencia. En muchos de estos lugares, el embarazo temprano se ha llegado a naturalizar. Y cuando algo se ve como “normal”, es difícil generar conciencia para prevenirlo.
Pero detrás de cada número hay una historia. Una adolescente que no recibió la información que necesitaba, que vivió bajo normas sociales que la silenciaron o que fue víctima de abuso. Muchas veces, la maternidad en la adolescencia no es una elección. Es la consecuencia directa de un entorno que no ofreció opciones reales.
Ante la falta de respuestas suficientes del Estado, muchas organizaciones de la sociedad civil han salido a cubrir ese vacío. Con campañas comunitarias, talleres escolares y redes de promotores juveniles, se han logrado avances importantes. Pero no son suficientes. No pueden hacerlo solas.Un estudio reciente de la investigadora Muñoz-Nájar resalta algo clave: para que una adolescente pueda realmente decidir sobre su vida, tiene que haber una articulación real entre la familia, la escuela, la comunidad y el Estado. Es decir, no se trata solo de información, sino de apoyo, acompañamiento y oportunidades reales.
Frente a esta realidad, mirar solo las cifras ya no basta. Hace falta asumir una responsabilidad colectiva. Prevenir el embarazo adolescente no es solo una tarea técnica o médica: es un compromiso humano, social y político.
Necesitamos políticas públicas que de verdad funcionen, educación sexual integral en todos los rincones del país, y adultos que escuchen sin juzgar. Solo así, las adolescentes podrán dejar de vivir con miedo o resignación, y empezar a construir su futuro con libertad y dignidad.
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