¿Qué es el embarazo adolescente y por qué debemos hablar de él?.
La adolescencia es una etapa única. Es ese momento en el que estamos buscando quiénes somos, mientras todo a nuestro alrededor y dentro de nosotros cambia sin parar. En medio de esa revolución física, emocional y social, muchas adolescentes enfrentan retos que nunca eligieron. Uno de los más duros: el embarazo.
Según la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia va de los 10 a los 19 años. Y aunque muchas veces se habla de esta etapa como un solo bloque, en realidad se divide en tres momentos: adolescencia temprana (10-13), media (14-16) y tardía (17-19). Cada una con sus propios desafíos… y sus propias vulnerabilidades.
Cuando un embarazo ocurre en estas edades, el impacto es grande. Si es muy temprano, el cuerpo y las emociones aún están en desarrollo, lo que puede poner en riesgo la salud física y mental. Si sucede en la adolescencia media o tardía, surgen otras presiones: la pareja, la escuela, la familia, el qué dirán.
Lo más alarmante es que muchos de estos embarazos no son el resultado de una decisión libre o informada. A menudo, lo que hay detrás es la falta de acceso a educación sexual, ausencia de confianza con los adultos, o incluso entornos marcados por el silencio y el miedo.
Y en muchos casos, lo que hay detrás es aún más grave.
Un informe de Ipas México revela que muchas niñas entre 10 y 14 años quedan embarazadas como consecuencia de violencia sexual. En varios países de Centroamérica, la mayoría de las violaciones ocurre incluso antes de los 14 años. Es duro de decir, pero es una realidad que no se puede seguir ignorando.
Estas cifras esconden historias: niñas y adolescentes en riesgo, con problemas de salud graves, incluso con riesgo de morir. Y, como si fuera poco, muchas veces la sociedad termina culpándolas a ellas, en lugar de protegerlas.
Por eso, hablar de embarazo adolescente no es solo una cuestión médica o estadística. Es un tema de derechos, de empatía y de justicia.
Es urgente que las adolescentes tengan acceso a información clara, que conozcan sus derechos, que puedan tomar decisiones sobre su cuerpo sin miedo. Y, sobre todo, que haya adultos que estén ahí para escucharlas, guiarlas y apoyarlas sin juzgar.
La prevención comienza ahí: con educación, con diálogo y con respeto. Porque cuidar a nuestras adolescentes también es cuidar el futuro de todos.
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